Las «banderas rojas» se pueden considerar como una señal de peligro.
Nuestra convivencia con un perro puede durar alrededor de 15 años; usar estímulos aversivos para comunicarnos (como los castigos) pone en riesgo la relación y su bienestar.
Debería ser un privilegio para cualquiera el acercarse a nuestra familia, y debería ser considerado impensable el contratar a alguien para alterar, intimidar y/o lastimar a quienes amamos.
Lamentablemente, visitamos muchos perros que acaban mordiendo, o teniendo problemas muy serios de convivencia con su familia, por culpa de métodos obsoletos que venden supuestos profesionales, cuya formación no está actualizada o es inexistente.
Cualquiera puede montar un espectáculo, es bastante fácil asustar perros e inhibirles. No cualquiera tiene coherencia, formación actualizada, científica y empatía por el perro.
No busques gente que prometa resultados rápidos, escoge profesionales que trabajen con respeto, lógica y en sintonía con la ciencia.
Estudios que comparan métodos educativos en perros indican que los perros de escuelas que utilizan castigos y enfoques basados en la dominancia muestran más conductas de estrés (lamerse la nariz, bostezar…), mayores niveles de cortisol y mayor pesimismo. En cambio, los perros de escuelas que emplean refuerzo positivo presentan niveles normales de cortisol y tienden a ser más resolutivos, optimistas y curiosos.
El castigo consigue inhibir y preocupar, pero no enseña gestión emocional ni a razonar.
Los perros que son tratados con respeto y empatía tienden a responder de manera más positiva y saludable a las situaciones cotidianas. El autoritarismo y la falta de comprensión llevan a los perros a perder capacidades, confianza en sí mismos y en su familia humana.
La evidencia es clara: Los estímulos aversivos perjudican el bienestar del perro y su aprendizaje.
Si queremos compartir nuestra vida con perros felices, debemos comenzar por aprender a vincularnos de forma saludable.
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