Reconocer que los demás animales pueden sentir emociones es importante, porque sus sentimientos importan.
La especie humana olvida que hay otras especies que pueden sentir y que experimentan los altibajos del día a día. No nos referimos únicamente a perros o gatos, sino también a los billones de animales que nacen y mueren en criaderos, laboratorios, granjas, etc.
Nuestra relación con los demás animales es compleja, ambigua, opresiva, explotadora, protectora, indiferente, desafiante y a veces compasiva. Puede ser frustrante, injusta y contradictoria, por lo que debemos reevaluar asiduamente cómo interactuamos con ellos.
Las emociones, herencia de nuestros ancestros, también pertenecen a otras especies animales.
Hay dos tipos de emociones:
1. Primarias, y automáticas, como el miedo o la tristeza.
2. Secundarias, más complejas y pensadas, como la idea de pertenencia o los celos.
El sistema límbico (amígdala, hipocampo, hipotálamo, área septal, corteza cingulada, etc.) es clave en el procesamiento de emociones, y la investigación actual sugiere que también colaboran otras estructuras en este proceso: cuerpo calloso, corteza prefrontal, tálamo, tronco encefálico, mesencéfalo, cerebelo, glándula pituitaria, etc.
La ciencia reconoce la universalidad de las emociones primarias, porque la especie humana y otras especies animales tienen sistemas químicos y neurobiológicos comunes. Y sugiere que otras especies pueden experimentar emociones secundarias.
Es la diferencia en la comunicación de las especies lo que dificulta saber cómo sienten los demás animales, y tal vez ese será siempre su secreto. Pero hoy se sabe que tienen experiencias emocionales, aunque con diferencias según factores sociales, ecológicos y físicos.
La realidad es que un perro (como muchas otras especies animales) tiene un mundo emocional variado y experiencias cognitivas del tipo perrunas.
La especie humana no es la única ocupante de las arenas de las emociones en el reino animal.
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